desde nivel C / viajeros / Susana Santolaria
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CAFÉS DE BOHEMIA ¡UN VERSO CON LECHE, POR FAVOR!
Bajo las lámparas de los cafés literarios brillaron los ingenios de los dos últimos siglos y en torno a sus mesas de mármol nacieron las obras que sustentan1 el patrimonio cultural de la modernidad. De aquellos foros2, en los que se debatían algo más que letras3, queda sólo el aroma de la nostalgia.
El café nació en Arabia y conquistó Occidente en el siglo XVIII, colándose4 en los salones como bebida exótica. Aquella infusión tonificante5 tenía un poder de convocatoria6 tan inspirador que la siguiente centuria no dudó en acogerlo como el convidado7 habitual en la fiesta de las letras. Los italianos fueron los primeros en poner de moda8 los “cafés de artistas”. Era un modo de oficializar9 lo que los escritores llevaban siglos haciendo en pequeños grupos, en turbias10 tabernas, fondas11, casas y hoteles de lujo. El primero fue el legendario Café Florian de la plaza de San Marcos, en Venecia, frecuentado12 por Byron, Proust y Dickens. Pronto otras ciudades europeas acogieron con gusto la fiebre de la tertulia13 cafetera. Madrid, meca de las letras hispanas, fue una de ellas. Todo aquel que quería consagrarse14 en la escritura visitaba en algún momento de su trayectoria la capital española y se dejaba ver en esos nuevos establecimientos.
Las tertulias eran presididas15 por poetas, novelistas y dramaturgos consagrados16, quienes solían introducir a artistas jóvenes para que expusieran ante un público experto sus creaciones literarias. “Vaya a Madrid y póngase a la cola”, decía Pío Baroja a los principiantes17. Los tertulianos o contertulios, como se llamaba a los habituales de la tertulia, criticaban implacablemente18 a aquél que no acudía a ella o llegaba tarde. De este modo, todos se tomaban en serio la asistencia al club. La cita era diaria, a primeras horas de la tarde y por la noche. Algunos escritores pasaban tanto tiempo en los cafés, que incluso se les enviaba allí el correo. Tenían a su disposición plumas, tinta, papel e, incluso, servicio de mensajería19 en bicicleta. El confort de los salones atraía también a aquéllos cuya entrega20 a su arte significaba rechazo social, frío y hambre. De hecho, algunos sobrevivían gracias a la dosis diaria de café y tostada.
Cada escritor tenía su tertulia favorita, aunque había quien prefería hacer la ronda21 por varias de ellas. A finales del siglo XIX llegó a haber hasta una quincena de cafés literarios en el área de la Puerta del Sol de Madrid. Entre los más populares estaba el Café del Príncipe, donde los escritores del Romanticismo tenían la tertulia de El Parnasillo. Allí podía verse a Zorrilla, Espronceda y Larra, que se sentaba a observar a los clientes para redactar sarcásticos artículos costumbristas22.
En estas reuniones se polemizaba23 sobre todo tipo de temas: ciencia, costumbres y política, lo que llevó a no pocos enfrentamientos24. Valle-Inclán perdería su brazo en una disputa25 que tuvo lugar en el Café de la Montaña. El percance26 no le impidió seguir asistiendo a estos encuentros junto a sus compañeros del 98: Benavente, los hermanos Machado, Azorín y Rubén Darío, entre otros. Todos ellos frecuentaban el Café de Madrid, el de Fornos y el de Levante. Aquel ambiente tertuliano quedaría plasmado27 por Baroja en sus memorias. “Era un muestrario28 de tipos raros, que se iban sucediendo29: literatos, periodistas, aventureros, policías, curas de regimiento30, cómicos, anarquistas; todo lo más barroco de Madrid pasaba por ellas”.
Ya en el siglo XX, los escritores de vanguardia tomaron el Café de Pombo, donde se prohibió hablar de política, un tema que había tomado demasiado protagonismo en otros cafés. En este salón, que el pintor Solana inmortalizaría en un cuadro, los nuevos talentos alternaban con los noventayochistas31, con científicos de la talla de Marañón y artistas como Picasso. El paseo de Recoletos, muy concurrido32 cuando llegaba el buen tiempo, acogió una serie de locales en los que se gestó33 la Generación del 27. La Cervecería de Correos, el Café Lyon, el Gijón y el de Recoletos sirvieron a Lorca y sus contemporáneos de lugar de reunión e intercambio de inquietudes artísticas. En la glorieta de Bilbao eran populares la tertulia del Europeo y la del Comercial. Pero había muchas más. Incluso en las provincias se podía asistir a tertulias, como la del Novelty, en la plaza Mayor de Salamanca, muy del gusto de Unamuno.
Poco a poco, la polarización ideológica que avivó la Guerra Civil española y las contiendas34 europeas cambió el talante35 de las tertulias y, al tiempo que cambiaban las lámparas de gas por la iluminación eléctrica, fue mermando36 su espíritu literario. Al otro lado del Océano, los cafés, que habían sido también el hogar de los intelectuales, sirvieron de refugio a los exiliados de los totalitarismos europeos. Buenos Aires reunió en el Tortoni a la bohemia que pasaba por la ciudad, lo mismo que el Windsor en Bogotá, El Floridita en La Habana y el Ágora en México, entre muchos otros.
En la segunda mitad del siglo XX, el Café Gijón logró sobrevivir al naufragio37 tertuliano madrileño y continuó siendo el lugar de reunión de la intelectualidad. Cela, Fernán Gómez y Umbral fueron sus clientes asiduos38. Más ocultos se encuentran los nuevos talentos de hoy. ¿Dónde se reúnen, piensan, observan, discuten…? El fenómeno de la tertulia se conserva aún en librerías, bibliotecas, museos, foros de Internet y programas de radio y televisión (en los que se habla más de política que de corrientes artísticas). Estas citas suelen ser esporádicas, con ocasión de la presentación de algún libro, premio literario39 o suceso40 de actualidad, y precisan de una convocatoria previa, vía correo electrónico o medios de comunicación. Pero están muy lejos de ser la encrucijada41 de talentos de hace un siglo. Y el café, fiel aliado de la lentitud en otro tiempo, se toma en las barras de los bares a toda prisa, cuando no frente a una máquina. Los hogares confortables del siglo XXI, las costumbres individuales… han dejado sin alma aquellos elegantes salones. Quedan en la mesa del rincón algunos románticos como yo, que necesitan del bullicio42 del café para crear.