desde nivel B2 / viajeros / reportaje / Daniel Cabrera
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Unos 15 kilómetros al sur de Sidi Ifni, en una de las playas vírgenes que baña el Océano Atlántico en esta parte de la costa, hay un viejo barco encallado1. Se trata de una enorme mole2 oxidada3 de origen incierto, abandonada en este despoblado punto de la costa. No se sabe cuánto tiempo lleva aquí este cadáver de metal, ni parece muy cercano el momento en que alguna autoridad decida hacer algo para retirarlo.
Un barco varado4 es siempre un recuerdo, pero sobre todo un enigma5: ¿Quiénes navegaron en él? ¿Cuándo y por qué lo abandonaron? Algo parecido ocurre con Sidi Ifni, una pequeña localidad encallada en el suroeste de Marruecos, a un paso del desierto del Sáhara y a cientos de kilómetros de cualquier ciudad importante del país. Sus destartalados6 edificios coloniales art-decó recuerdan los tiempos en que fue una capital de provincia española; hoy parece, en cambio, una ciudad fantasma envuelta en la bruma7 del Atlántico y de su propio pasado.
El Ejército español, cumpliendo el mandato8 de uno de los gobiernos de la Segunda República, llegó a Sidi Ifni en 1934 para tomar posesión de un territorio que, según un tratado9 con siglos de antigüedad, pertenecía a España. Dicho territorio era conocido como Santa Cruz de Mar Pequeña, pero en realidad nadie sabía con exactitud qué era ni dónde se encontraba ese lugar; así que se tomó10 el primer sitio de la zona que pareció interesante.
El coronel Capaz, que fue quien dirigió esta expedición, decidió desembarcar11 junto al río Ifni, en una mísera aldea12 en la que apenas vivían un puñado13 de familias bereberes (etnia originaria de Marruecos) y una española, los Gran Martínez, que se habían establecido allí unos meses antes. Esta familia abriría poco después el primer hotel de Sidi Ifni, que sigue existiendo en la actualidad. Su nombre no puede ser más curioso: Suerte Loca.
Para España el enclave14 era importante por su situación, enfrente de las islas Canarias y no demasiado lejos de sus posesiones en el Sáhara Occidental. En pocos años, los españoles levantaron15 una ciudad que llegó a tener 20.000 habitantes y construyeron un sofisticado puerto pesquero16.
Junto con los militares y sus familias se desplazaron a la ciudad empresarios17 que abrieron negocios y profesionales, como maestros de escuela, con el objetivo de cubrir las necesidades18 de la nueva ciudad. Andrés Bish Lorenzo, hijo del primer maestro del pueblo, fue el último alcalde19 de la localidad y vivió toda su juventud en Sidi Ifni: “La historia de mis padres, claro, tiene mucho que ver con la historia misma de la ciudad. Mis padres llegan poco después de la Guerra Civil20; mi padre es el primer maestro nacional destinado en Sidi Ifni y a los pocos meses llega mi madre, que también era la primera maestra nacional destinada allí. Ellos no se conocían; se conocen allí y a los pocos meses contraen matrimonio21 y toda mi familia, pues, somos prácticamente nacidos en Sidi Ifni”.
Esta familia es una de las muchas que vivió la época de esplendor de Ifni, los años 50. Se construyeron numerosos edificios administrativos alrededor de la nueva Plaza de España (hoy plaza de Hassan II), y también un elegante paseo marítimo. La mayor y más costosa obra fue, sin embargo, un funicular22, en la actualidad abandonado, que unía el pequeño puerto con una isla situada a unos metros de la costa en la que fondeaban23 los barcos.
Durante todo este tiempo, los españoles convivieron con los magrebíes24 que también vivían en la ciudad. Además de los descendientes de la tribu originaria de la zona y de los muchos militares norteafricanos que engrosaban las filas25 del ejército español, se desplazaron muchos marroquíes del norte del país atraídos por las posibilidades comerciales que había en Sidi Ifni.
La convivencia26 entre cristianos y musulmanes no originó grandes problemas: “Yo, el recuerdo que tengo de chaval27 es que era una relación bastante agradable: casi todos los comerciantes del zoco28 eran musulmanes, las escuelas eran mixtas, el hospital… nunca hubo dos hospitales, uno de cristianos y uno de musulmanes, era el mismo hospital para todos; y las relaciones en la calle, en los juegos de los chavales, en las compras en el mercado, pues siempre fueron muy agradables”.
Sin embargo, la existencia de una provincia española en medio del continente africano hacía inevitable que, tarde o temprano, Marruecos reclamara29 el territorio. El país africano estuvo hasta 1956 administrado por Francia, que estableció un protectorado colonial en todo Marruecos, excepto en la zona norte, dominada también por España. El 16 de noviembre Mohammed Ibn Yusuf, el sultán legítimo30 exiliado en Madagascar por los franceses, volvió a Marruecos para proclamar la independencia y coronarse31 como Mohammed V.
El nuevo estatus del país supuso32 que, entre otras muchas medidas, los marroquíes reclamarán su soberanía33 sobre Sidi Ifni. Al negarse España, se inició la Guerra de Ifni, llamada muchas veces “la guerra olvidada” por la escasa documentación existente sobre el conflicto y porque en la población ni siquiera se notó demasiado: “La guerra nosotros la vivimos como un fenómeno casi exterior a la ciudad, en el sentido de que la mayoría de los musulmanes que vivían en Ifni eran miembros del ejército español y no se produjo en absoluto lo que tal vez ellos -Marruecos- esperaban, que era una rebelión de las guarniciones indígenas34”.
Tras la guerra, loas marroquíes renunciaron a recuperar el territorio y España otorgó35 el estatus de provincia a Sidi Ifni en 1958, al igual que a sus territorios en el Sáhara Occidental, con capital en El Aaiún. Ifni seguía siendo español, pero a partir de la guerra sus habitantes vivieron siempre con la sensación de estar allí de manera provisional.
Finalmente, en 1969, principalmente a causa de la presión de la ONU36 y otros organismos internacionales, Francisco Franco37 decidió entregar Ifni a Marruecos. Los militares españoles fueron destinados38 a distintos puntos de la Península, mientras que los marroquíes permanecieron en el territorio como ex combatientes39 del ejército franquista, por lo que recibieron durante años posteriores una pensión.
Para otros, incluidos muchos de los que se quedaron en la ciudad, casi todos musulmanes, aquello fue un incomprensible abandono de una ciudad que nunca había sido otra cosa sino española. Tal vez por ello, Marruecos intentó transformar Sidi Ifni borrando las huellas40 de los antiguos administradores: “Bueno, eso es real. Digamos, se produce un auténtico abandono, pero tal vez también por la fuerza de las circunstancias. De hecho cuando Marruecos toma posesión de aquel territorio, borró todos los vestigios41 que había del español; los estudiantes que estaban cursando el bachillerato42 a la mitad o los estudios primarios a la mitad se les privó43 de ese idioma, y los únicos idiomas extranjeros que se podían estudiar en las escuelas marroquíes eran, como idioma extranjero, el francés o el inglés; se erradicó44 el español de una forma totalmente innecesaria”.
Sea como sea, la ciudad conserva aún numerosos letreros45 con los nombres de las calles en castellano y muchos de sus habitantes, sobre todo los de edad avanzada, hablan perfectamente el idioma. Los que siguen allí son pescadores, ex militares y algunos pequeños empresarios, pero nadie con posibilidad de emigrar se queda en una ciudad que, más que un sitio real, parece un continuo recuerdo de sí misma. Una ciudad que ha sido abandonada por todos: España se fue hace décadas y el gobierno de Marruecos no parece demasiado interesado en invertir46 en un lugar sin ninguna riqueza, perdido en una remota47 costa desértica y cuyo único “mérito48” para haber sido construida fue estar frente a unas islas españolas en África.
Reportaje publicado en el número 3 de la revista Punto y Coma