nivel C / cine / reportaje / Rueda Duque @weezermij / foto: ¡Ay, Carmela! de Carlos Saura
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guerra civil española: el cine que nos explica
Nos divide, nos define, nos asusta, nos enfada, nos abruma1 y nos aburre. Pero para entender España hay que enfrentarse a su historia, a sus victorias y, sobre todo, a sus derrotas.2 Y de todas las derrotas, no hay una más grande, más salvaje y dolorosa que la que nos deja una guerra civil. En este país hace casi un siglo que sufrimos esa derrota y las heridas aún duelen. Pero el cine seguirá reconstruyéndola,3 contando una y otra vez la misma historia…, porque hay recuerdos que no merecen ser borrados, errores que no merecen ser repetidos.A pesar de ese viejo cliché que coloca a la Guerra Civil como uno de los temas predilectos4 del cine español, no son tantas ni tan conocidas las películas dedicadas al conflicto. En realidad, la guerra sigue incomodando5 a cineastas6 y espectadores, hay demasiadas sensibilidades esperando a ser heridas, demasiado rencor7 mal curado. Me vienen a la cabeza dos películas recientes del mexicano Guillermo del Toro, dos producciones españolas, El espinazo del diablo y El laberinto del fauno, en las que la Guerra Civil no aparecía como tema trascendente, sino como un escenario mitológico y fantástico, con la intención evidente de alejarse de una lectura histórica, de un posicionamiento ideológico serio que pudiese ofender al público. Pero esta guerra no fue cuento8 ni leyenda, esta guerra fue real, cruda y durísima, y las historias que surgieron durante aquellos días no necesitan envoltorios9 fantásticos para resultar sorprendentes, dramáticas y apasionantes.
Antes de entrar en esas historias es preciso detenerse en la historia. En febrero de 1936, después de cuatro años de república y alternancia en el poder entre progresistas (izquierda republicana y socialistas) y conservadores (derecha católica y centro derecha republicano), se celebraron elecciones para constituir un nuevo Gobierno. El resultado fue ajustado,10 pero daba como vencedor al Frente Popular y devolvía el poder a la izquierda. Aquellos años de la Segunda República (1931-1936) y, particularmente los primeros meses del 36, fueron tiempos de gran agitación política, económica y social. En lo que se llamó la “primavera trágica” hubo una serie de incidentes, enfrentamientos11 y asesinatos entre miembros de la extrema derecha y la extrema izquierda que terminaron con 262 muertos entre febrero y julio de aquel año. Sin embargo, esa agitación ni justifica ni explica ni defiende el posterior golpe de Estado12 e inmediato alzamiento militar13 contra un Gobierno constitucional y democráticamente constituido. Desde aquel fatídico14 17 de julio de 1936, España se dividió en dos bandos15, los nacionales (los sublevados)16 y los republicanos. La guerra acabaría tres años más tarde, el 1 de abril de 1939, con el último parte de guerra17 firmado por Francisco Franco proclamando la victoria de los nacionales; pero el país quedó partido para siempre. No solo por una guerra sanguinaria18 y devastadora, sino por una dictadura que duraría hasta la muerte de Franco en el 75 y cuyo impacto social, económico y, sobre todo, político aún resuena.
EL CONFLICTO DESDE LA DISTANCIA
En una guerra capaz de polarizar de esa manera al pueblo, de convertir a hermanos y vecinos en enemigos íntimos, la tentación de elegir una de las dos versiones ha sido casi insalvable para los guionistas españoles. Precisamente por eso resulta particularmente atractiva e interesante la visión de la Guerra Civil que han dado cineastas extranjeros como Sam Wood (For Whom the Bell Tolls, 1943) o Ken Loach (Land and Freedom, 1995). La película de Wood, fiel adaptación de la legendaria novela de Ernest Hemingway, estaba basada en sus propias experiencias como reportero en el frente19 republicano. Sin embargo, tenía un tono idealista. Al fin y al cabo,20 aquel idealismo fue el que condujo a muchos a alistarse21 en las Brigadas Internacionales para ayudar al ejército republicano, aquella idea romántica de la lucha por la libertad que acabó chocando frontalmente con la brutalidad de una guerra que no entiende de romanticismos.
Medio siglo más tarde, en 1995, Ken Loach intentó un acercamiento mucho más ambicioso y realista con Land and Freedom. A través de Carr, un joven de Liverpool afiliado22 al Partido Comunista que decide viajar a España para luchar junto a las Brigadas Internacionales, conocemos una mirada distinta, optimista al principio, beligerante después y desencantada23 al final. Una visión que se resume en la fantástica secuencia en la que, enfrentados comunistas y anarquistas en Barcelona (los enfrentamientos entre las distintas facciones del bando republicano eran frecuentes), desde la trinchera24 anarquista un inglés le pregunta a Carr por qué no está él con ellos, y Carr, rodeado de camaradas comunistas, responde entre confuso y resignado , “no lo sé”. La película es un excelente dibujo de la derrota republicana, del sueño frustrado de aquellas Brigadas Internacionales, que acabaron sepultadas25 bajo los escombros26 de la guerra interna entre socialistas, comunistas y anarquistas.
LA AMARGA SONRISA
Pero, por extraño que parezca, uno de los escenarios más efectivos y apropiados para la comedia es la tragedia. Por eso funcionó tantas veces aquella sociedad genial que formaban el Azcona guionista27 y el Berlanga director y, por eso, entre otras cosas, funciona con tanta precisión el humor amargo, negro y melancólico de La vaquilla (1985) en un escenario como la Guerra Civil española. Esta historia de un grupo de soldados republicanos que deciden infiltrarse en la zona nacional para robar una vaquilla es, además, una afilada28 reflexión sobre el sinsentido29 de la guerra como sucesión de malas acciones llevadas a cabo30 por buenas personas. Imposible no mencionar Posición avanzada (Pedro Lazaga, 1966), precedente directo de la anterior y primera película en la que se trata de forma natural y tragicómica la confraternización31 entre ambos bandos durante la guerra. Esa comedia involuntaria y dramática que provoca el paso por territorio enemigo encuentra su máxima expresión en la divertida e inteligente adaptación al cine que hizo Carlos Saura de ¡Ay, Carmela!, aquella obra de teatro de Sanchís Sinisterra en la que tres cómicos republicanos se veían obligados a actuar frente a los nacionales para salvar la vida.
LA INFANCIA, LO COTIDIANO Y LO PROHIBIDO
Lo peligroso de la guerra, dicen, es que uno se acostumbra, que la convierte en rutina y acaba normalizando lo excepcional, aunque sea aterrador. Es un mecanismo de defensa, deduzco, y una cara más de ese mosaico que el cine ha ayudado a reproducir a través de películas tan necesarias y emocionantes como Las bicicletas son para el verano, de Jaime Chávarri (1984). Dos miradas, la temerosa y atolondrada32 de un adolescente y otra más lúcida y noble, la de su padre (asombroso33 Agustín González), dibujan la progresiva caída de Madrid, capital de la República. Una ciudad que quiso ser ciudad hasta sus últimas consecuencias, como si lo cívico y lo cotidiano reforzaran sus murallas ante los ataques nacionales. Una década antes y enfrentándose a lo establecido (en 1974 todavía estábamos bajo la dictadura franquista), Jaime Camino había intentado algo similar con Las largas vacaciones del 36, contando la historia de aquellas familias de la burguesía catalana a las que el estallido34 de la Guerra Civil (julio del 36) sorprendió durante sus vacaciones. Apoyándose en la cara más inocente y apolítica de aquellos (mujeres y niños), Camino rodó una película sin fines35 propagandísticos, la primera y única durante la dictadura, cuyo final, sin embargo, fue eliminado por la censura.
El cine fue testigo durante la guerra, mensajero36 dirigido durante la dictadura (incluso adaptando la novela de Franco, Raza) y grito liberador y revisionista a partir de la transición.37 Y cuanta más distancia tomamos, más importantes son esas películas, porque contando esas historias, las pequeñas, las de un bando o las del otro, acaban formando parte de la historia…, de la grande, de la que se enseña y de la que se aprende. Que no se nos olvide.
* Reportaje publicado en el número 48 de la revista de ELE Punto y Coma