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Víctor García León y Santiago Alverú en el Festival de Cine de Málaga

SELFIE: SONRÍE, IDIOTA
Es fácil reírse en una sala cine. Es una risa libre, sin vergüenza, remordimientos o represalias, no vas a ofender a nadie y nadie va a mofarse de ti. Son solo personajes inventados envueltos en una ficción imaginada. Por eso Selfie, la nueva comedia de Víctor García León, es también la película más fascinante e incómoda del año. Un falso documental en el que las líneas entre el cine y la realidad son tan difusas que es imposible no sufrir, no sentirse culpable o culpado al sentir que la verdad se entromete en la ficción, que el protagonista, ese miserable, ese pijo ridículo del que todos se ríen…; ese, podrías ser tú.

Puedes ser un director y guionista con un talento natural para la comedia, puedes debutar en el cine con veinticinco años (Más pena que gloria, 2001), puedes ganar diez premios con tu segunda película (Vete de mí, 2006)… Puedes, como Víctor García León, ser todo eso y, sin embargo, ser también víctima de una industria caótica y caprichosa como la del cine español y pasarte más de una década sin poder rodar. Por suerte para los que disfrutamos con su particular manera de entender el cine, el joven director decidió rebelarse y producir por su cuenta, de forma totalmente independiente, un guion con una premisa fascinante y muy pegada la realidad de 2017: el hijo de un político se ve obligado a buscarse la vida en un barrio de clase obrera cuando encarcelan a su padre por corrupción.

No es casual que García León decidiera rodar la película utilizando un formato tan rompedor y poco habitual en nuestro cine como el falso documental. “Tenía dos virtudes enormes. La primera es que te permitía enseñar un país cierto, o sea, coger una peripecia de ficción y colocarla en entornos de verdad. El otro motivo es que era muy barato”. Así que, con el guion terminado, la ayuda de algunos colegas de profesión dispuestos a trabajar por amor al arte y el compromiso de un amigo productor para conseguirle el equipo mínimo para arrancar el rodaje, el siguiente paso era encontrar a Bosco, el protagonista de la película.

UN NIÑO PIJO
Según el diccionario de la Real Academia, un pijo es una persona que en su vestuario, modales, lenguaje, etc., manifiesta afectadamente gustos propios de una clase social adinerada. Es complicado interpretar a un pijo sin que parezca exagerado o una parodia; esa naturalidad con la que van por el mundo como si los dramas y las tragedias no fueran con ellos, como si estuvieran por encima del bien y del mal…, eso es algo que no se puede entrenar. “Los pijos, como tribu urbana o como clase social o…, no sé muy bien cómo encuadrarlos, tienen una característica que es imbatible que es que les da igual lo que tú pienses”. Eso permitió a García León prescindir de un actor para su protagonista y recurrir a un pijo real sin miedo a que pudiera sentirse ofendido por el retrato que la película hace de ellos. Y así apareció Santiago Alverú.

Hay que ser muy insensato o tenerlo muy claro para poner todo el peso de tu primera película en once años sobre los hombros de un universitario sin experiencia alguna como actor. En este caso, hablamos de un tipo muy sensato y que lo tuvo cristalino desde su primer encuentro con Alverú. “Era pijísimo, listísimo, encantador… Y nos tomamos una caña con él y se acabó el casting”.

SONRISA TORCIDA
Selfie es una comedia que destila amargura. Hay en esta bajada a los infiernos de Bosco un punto de desesperanza, de risa resignada ante un panorama político y social que nos iguala a todos, al pijo, al pobre, al progre… Estamos todos en la mierda, así que, por muy tentados que estemos de juzgar lo que vemos en pantalla, al final hay que querer a Bosco. “Yo creo que queremos a los personajes por sus defectos y a pesar de sus virtudes Porque yo creo que las miserias y las oscuridades de los personajes al final conectan con nuestras propias miserias y nuestras propias oscuridades. Y, de alguna manera, Bosco somos un poco todos”.

Aunque el uso del falso documental como herramienta al servicio de la comedia tenga referentes lejanos como el Borat de Sacha Baron Cohen o el David Brent de Ricky Gervais en The Office, el sentido del humor socarrón y agridulce de Selfie nos remite a clásicos del cine español, a esa comedia tan real, tan amarga y tan nuestra que practicaban Berlanga y Azcona. Sobre esto, Víctor García León tiene una teoría muy interesante: “Lo mejor del cine español o una de las cosas mejores que tenemos son unos personajes que son como franceses, sufren y son existencialistas y tienen un mundo interior… Pero esos personajes franceses viven dentro de una película italiana: todo es una catástrofe absolutamente frívola alrededor o, por lo menos, desmitificadora; o sea, que no hay nadie que se tome nada en serio en este país. Y la mezcla de esas dos cosas, de ese drama interno y de esa risa externa, generan ese tono raro que es lo mejor que hemos dado”.

QUIÉN ARRIESGA, GANA
Selfie es una sátira política, un drama social, una comedia romántica, un documental… Es muchas cosas en una sola, y la película funciona. Hace unos meses se estrenó en el prestigioso Festival de Cine de Málaga y acaparó elogios de la prensa, el premio de la crítica y la Mención Especial del Jurado. En sus primeros días en las pantallas españolas y a pesar de su bajísimo presupuesto, logró colarse entre las diez películas más vistas y en una de las mejor valoradas por los espectadores, un acto de auténtica justicia poética con un director que decidió no bajar los brazos y pelear, aunque fuera en solitario.

Víctor García León trabaja ya en su siguiente proyecto, Los europeos, la adaptación al cine de una novela escrita en los sesenta por Rafael Azcona. Días después del estreno de Selfie contemplaba la cálida acogida de su retorno al cine con ilusión, pero con cierta distancia: “Lo normal con las películas es que sean un poco relaciones sentimentales. Yo ahora, haciendo promoción, tengo la sensación de hablar de una exmujer. Le tuve mucho cariño a Selfie, es estupenda, pero mi cabeza está en otro sitio, yo ya estoy pensando en lo siguiente”.

Yo no. Yo aún no he podido dejar de pensar en su película, en esas carcajadas que resonaban en la sala mientras me retorcía incómodo en la butaca, en esa sospecha cada vez más firme de que Bosco, el miserable, el débil, el inútil del que todos se reían… Bosco soy yo.

Tráiler
Crítica de Carlos Boyero