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CERDEÑA, UNA ISLA CON ENCANTO ESPAÑOL

Cerdeña en español, Sardegna en italiano y Sardigna en sardo1, es la segunda isla más grande del Mediterráneo con una extensión de 24.090 km². Por delante de ella solo se encuentra la isla de Sicilia con una extensión de 25.711 km².

Desde hace décadas Cerdeña es uno de los destinos preferidos de miles de turistas que buscan sol y buena gastronomía, y desean disfrutar de las envidiables2 playas de arena blanca y de las aguas cristalinas que ofrece la isla. Pero también, desde un punto de vista histórico, Cerdeña cuenta con un patrimonio muy importante que se remonta3 a las antiguas civilizaciones fenicias4, cartaginesas y romanas; y donde España ha dejado su legado5 también. Y esto se debe a que Cerdeña (Sardenya en alguerés6) perteneció durante muchos siglos al Reino de España: primero mediante la cesión7 de la isla en 1324 por parte del papa Bonifacio VIII a la Corona de Aragón; después, tras la unificación de los reinos de Aragón y de Castilla con los Reyes Católicos (Fernando I de Aragón e Isabel I de Castilla), Cerdeña pasó a formar parte del Reino de España hasta el año 1708. En ese momento tiene lugar la guerra de Sucesión española y Cerdeña pasa a formar parte del Imperio austríaco tras la firma de los tratados8 de Utrecht. 

Como consecuencia de este pasado español, Cerdeña cuenta con multitud de referencias a España. Todas ellas se pueden observar en algunos aspectos culturales, arquitectónicos y, por supuesto, lingüísticos. Basta con analizar algunas de las festividades que se celebran en Cerdeña, como es el caso de la Sartiglia, que tiene lugar en Oristano. Se trata de una festividad que guarda cierta similitud con la que se festeja en Menorca conocida como la Ensortilla. En ambos casos los jinetes9, a lomos de10 sus caballos, galopan enérgicamente al tiempo que han de introducir un arma11 por un orificio12, en forma de estrella en el caso de la Sartiglia. En Menorca el orificio es una anilla. Las armas y la vestimenta13 utilizadas, tanto en un caso como en el otro, son diferentes: en Oristano se utiliza un florín14 y los jinetes llevan unas máscaras con las que esconden su rostro. En Menorca se emplea una lanza15 y los jinetes galopan sin máscaras. También en Cerdeña existe un espacio para los festejos taurinos16, como ocurre en Barumini, cuyas novilladas17 se anuncian con carteles escritos en castellano y los becerros18 se traen en barco desde España.

En la arquitectura hay que destacar la influencia del arte barroco español en la catedral de Cagliari, una hermosa ciudad que llama la atención por sus edificios de fachadas19 sin restaurar, pero que mantiene su belleza original. Y, por supuesto, alusiones al arte gótico catalán que se mezcla con el estilo propio20 de la Italia del continente, especialmente en la región de Sassari. Es el caso de la catedral de Sassari o el casco viejo21 de Alguer. 

Durante la presencia española, el catalán se convirtió en el idioma de la isla. Cataluña formaba parte de la Corona aragonesa y la presencia catalana en Cerdeña fue tan fuerte que el catalán se convirtió en el idioma oficial.

El catalán sigue hablándose hoy en la ciudad de Alguer, que tiene unos 44000 habitantes, y convive con el italiano. Lo que se habla es el alguerés, un dialecto del catalán. También se encuentran letreros22 rotulados23 en catalán e incluso algunos alguereses denominan cariñosamente a su ciudad como “Balçaruneta” (Barceloneta) en recuerdo a la ciudad de Barcelona, de la que procedían muchos de los españoles asentados24 en Alguer durante el dominio español. Además las relaciones entre la Generalitat y Alguer se han intensificado en estos últimos años debido al interés generado por parte de muchos alguereses que desean recuperar su pasado catalán. Tanto es así que la Generalitat ha impulsado y desarrolla actualmente numerosas iniciativas orientadas a fomentar25 y promover26 la cultura y la lengua catalana. Anteriormente, desde 1999, se enseña catalán en las escuelas, eso sí, fuera del horario escolar y siempre y cuando las familias lo soliciten previamente.

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* Texto publicado en el número 70 de la revista Punto y Coma

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