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Decía el filósofo griego Aristóteles que el ser humano es incapaz1 de vivir solo y si lo hace, acaba convirtiéndose en un dios o en una bestia. El deseo de vivir en sociedad es tan antiguo como la humanidad, aunque las formas han variado a lo largo de la Historia. Por eso, no es extraño que en un vehículo de comunicación tan omnipresente como internet hayan crecido vertiginosamente2 el número de redes sociales en poco más de una década.

Y, como sucede3 con todos los cambios, mientras una importante parte del mundo se ha entregado4 sin pudor5 a la conexión virtual, hay quien teme6 perder el contacto con el mundo tangible que le rodea. ¿Y si las máquinas acaban siendo como los árboles y no nos dejan ver el bosque? ¿Y si todo ese universo de códigos, miradas que se cruzan, paseos ociosos7 que llevan a un encuentro casual y que han sido tradicionalmente el alimento del amor y la amistad, se pierden para siempre?

Afortunadamente, detrás de las pantallas9 hay personas, y por más que10 algunos mensajes de los cibernautas11 se parecen a las palabras de un robot, hay cosas que no cambian. Por ejemplo, que seamos sociables por naturaleza no significa que nos guste relacionarnos con todos y cada uno de los individuos que pueblan12 el planeta. Otra característica que nos distingue como seres humanos es el instinto gregario13; y eso no cambia en las comunidades virtuales. De hecho, la necesidad de asociarnos en grupos con intereses comunes es una de las razones del éxito de las redes sociales. Existen agrupaciones14 de educadores, médicos, madres de bebés, seguidores de un equipo de fútbol, estudiantes… El nombre de algunos sitios tales como abuelosenlared.net, tuenti.com, pequelia.es, ubuntu.com, meetic.com… basta para disuadirnos15 de entrar en ellos si “no estamos en la edad” o desconocemos sus “códigos lingüísticos”.

A decir verdad16, las relaciones que se crean en el ciberespacio son un reflejo de las que se establecen fuera de éste. Las personas que disfrutan de una vida social activa en la calle, es posible que también sean muy sociables en el mundo virtual. Según datos de Facebook, la mayor de las redes sociales, sus miembros establecen relaciones con un promedio19 de 120 contactos; sin embargo, realmente solo interactúan con unas siete o diez personas.
No estamos hablando de dos mundos paralelos, un breve paseo por los foros virtuales20 es suficiente para descubrir que muchos de los contactos que nacen en la red están encaminados a21 facilitar después encuentros cara a cara. Es más, que abuelos, madres o veinteañeros22 intercambien sus experiencias en internet, no les impide23 ir a las plazas o lugares de ocio para encontrarse, como han hecho toda la vida. La diferencia es que, cuando se citan a través del ciberespacio, seleccionan con quién y cuándo quieren quedar en la calle. Un dato curioso es que en lugares cuya cultura es más proclive al24 contacto físico y a la vida al aire libre, tales como España, Italia o Brasil, las redes sociales alcanzan mayor éxito.

Lo que sí ha cambiado en la sociedad del siglo XXI es nuestro sistema de valores25: el culto a los comportamientos permisivos26, a la imagen, al consumismo, a la cultura como mercancía…; pero también, todo hay que decirlo27, a la amistad sin fronteras, a la descentralización del poder, al ecologismo y a la generosidad de compartir experiencias e ideas. Habrá que ver qué papel28 ha jugado Internet en todo esto.

Conviene tener presente que para participar en la comunidad virtual se requiere un mínimo de alfabetización29 e infraestructura informática30. Y eso sólo incluye a una pequeña parte del planeta. Únicamente el 23,8% de la población mundial navega31 por Internet. El resto no lo hace, bien porque no puede o porque no quiere; esto echa por tierra32 el extendido33 concepto de “lo que no está en la red no existe”.

Internet es un vehículo de comunicación muy útil, pero no el único. De modo que, lo mismo que los aviones no han desterrado34 a las bicicletas ni mucho menos a los pies, un correo electrónico siempre será una carta, aunque llegue antes.


Texto publicado en el número 26 de la revista Punto y Coma

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