desde nivel C1 / cine / reportaje / Rueda Duque @weezermij / Foto: Manolo Pavón
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Dolor y gloria de Pedro Almodóvar
El talento es una cualidad antipática1, una virtud sospechosa2. Uno, desde la mediocridad, espera que los talentosos triunfen una vez y luego se apaguen3, que el brillo sea fruto del azar4, un golpe de suerte sin continuidad… Es difícil asumir, para los demás, para nosotros, vulgares espectadores, que existe gente por ahí capaz de sostener a lo largo del tiempo su facilidad para elevarse por encima del resto.
Por eso, creo yo, es tan habitual que en el cine los grandes talentos (otra vez esa palabra) sufran también los ataques más despiadados5. Todos tienen épocas oscuras, subidas y bajadas, momentos en los que, efectivamente, pierden el norteF, y otros en los que, hagan lo que hagan, el reconocimiento les es esquivo6. Le pasó, por ejemplo, a Orson Welles, pero también a Billy Wilder, a Alfred Hitchcock, a Stanley Kubrick o al autor que hoy nos ocupa, Pedro Almodóvar. Un cineasta brillante, personalísimo y abrumador7, alguien que lo ha ganado todo y en todo el mundo y, sin embargo, un director que tampoco ha sido inmune a los caprichosos vaivenes8 del talento y el reconocimiento.
Ahora, casi cuarenta años después de su debut en el cine (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, 1980), Pedro Almodóvar vuelve a escarbar9 en lo más profundo de sus entrañas10 para regalarnos una película que es, en realidad, su historia indisimulada11, el relato aproximado de una vida exagerada como aquella de Martín RomañaN. El protagonista de Dolor y gloria es un director de cine que habla y piensa como Pedro, que arrastra12 sus dolores (los físicos y los emocionales) y sus recuerdos. Porque esta secuela13 espiritual de Volver (2006) es también un verso nostálgico y hermoso que habla de las madres y los pueblos, de los amores y las punzadas14 en el estómago; del dolor antes de la gloria. Es un baile, casi una pelea, del Almodóvar cínico y derrotado15 de hoy luchando por amarrarse16 al niño soñador y enamoradizo17 de entonces. Porque este director de talento inabarcable18 y palmarés19 indiscutible es capaz de escribir también desde la derrota. De hecho, no hay que irse muy lejos en su filmografía para toparse20 con fracasos vergonzantes21 (la maltratadísima Los amantes pasajeros, 2013) o con lo que más puede ofender a un provocador como él: la indiferencia (en su obituario nadie hablará de películas como Julieta,de 2016, o Los Abrazos rotos, de 2009).
Una de las virtudes más admirables, por novedosa, de Dolor y gloria es la sobria22 y convincente interpretación de Antonio Banderas, por la que recibió el premio al mejor actor en el Festival de Cannes y por la que ha conseguido una nominación a los Oscar. Y no lo digo porque Banderas tienda naturalmente al histrionismo y a las interpretaciones toscas23 y sin matices (te queremos, Antonio, pero hace casi treinta años que no estás decente en una película), sino porque Almodóvar, fabuloso director de actrices, suele ser un desastre manejando a sus intérpretes masculinos. Os invito a recuperar La piel que habito (2011) del propio director manchego24, y a repasar las interpretaciones de Roberto Álamo, Jan Cornet y Antonio Banderas en esa película; el resultado es una estupenda comedia involuntaria… Pero en Dolor y gloria Banderas está magnífico, es Almodóvar sin caer en la parodia ni la imitación de Almodóvar. Es él, simplemente, y lo es en cada mirada cansada, en cada suspiro, en cada trago. Una interpretación crepuscular que deslumbra25 y empequeñece26 otros trabajos dignos como los de un esforzado Asier Etxeandía dando vida a un actor maldito (tiene detalles que recuerdan a nuestro actor maldito por excelencia, Eusebio Poncela) o la actuación de una Penélope Cruz convincente y magnética en el papel de Jacinta. La madre. Su madre.
Sin embargo, para mí, hay algo que distingue a esta película de sus últimos trabajos, algo que la eleva y la coloca junto a sus mejores títulos (Mujeres al borde de un ataque de nervios, Átame, Volver…), y ese algo son las palabras. Aquí recupera Almodóvar el tono y la verdad en sus diálogos, por fin vuelve a sonar fresco y natural. Sus personajes suenan a personas, a confesiones sin poesía, a ese costumbrismo27 seco de los pueblos y esa diplomacia vacía de las ciudades. Nunca tantas imposturas habían resultado tan auténticas en el cine del manchego, ya era hora de que Pedro Almodóvar volviese a sonar a Pedro Almodóvar.
Con Dolor y gloria la realidad trasciende y nos alcanza como en un documental, pero con ese sello que distingue al cine clásico: la fotografía del maestro José Luis Alcaine, la música del prodigio Alberto Iglesias… Es una suma de brillos y esfuerzos para construir un legado28 definitivo, el cierre, tal vez, de una filmografía apabullante29, irregular y sospechosa, claro. Es lo que pasa con despliegues30 de talento como este, que a veces cuesta ochocientas palabras encontrarle una explicación.
FRASES HECHAS
PERDER EL NORTE Volverse loco.
NOTAS CULTURALES
MARTÍN ROMAÑA Protagonista de La vida exagerada de Martín Romaña, del peruano Alfredo Bryce Echenique. Tras leer a Hemingway, Martín abandona Perú y viaja a París. Pero allí, nada es como en sus novelas.