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MUSEO_ESCULTURA_1

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Blanca, azul, dorada, Málaga fue tierra de fenicios1, romanos y árabes. Sobre los restos de su teatro romano y bajo la mirada señorial de la fortaleza2 de la Alcazaba, los malagueños viven su día a día con mucho arte: el “oficial”, gracias a sus fantásticos museos nacionales e internacionales, y “el de la calle”. La ciudad es un pequeño vaso de agua de vida andaluza (según su malagueño más ilustre, Picasso) y seduce con la naturaleza alegre y luminosa de cada uno de sus rincones.

“El malagueño no entiende Málaga sin mar, ¿vale? Es que el mar es fundamental en nuestra vida. De hecho, es que casi se nos hace insoportable la vida sin mar; so es un lujo, sabes, del que no podemos prescindir, eso es algo que lo llevamos en vena3”.

Así describe el carácter de los suyos Mónica Rodríguez, guía oficial de turismo de Málaga. Porque, desde que Malaka fue fundada por los fenicios en el siglo VIII a. C., los habitantes de esa tierra han vivido siempre de cara al mar Mediterráneo y lo aman profundamente. Muchos pescadores aún dibujan en la proa de sus jábegas (embarcaciones típicas malagueñas) un ojo, continuando con la tradición de los navegantes fenicios, quienes lo pintaban en sus barcas para protegerse de la mala suerte. A Pablo Picasso, que nació en Málaga, le impresionó mucho siendo niño esta sencilla representación. El viajero puede descubrir cómo utilizó su forma en algunos de los retratos4 y obras5 que se encuentran en la maravillosa colección del Museo Picasso, situado en el Palacio Buenavista, en el centro histórico de la ciudad. El artista y sus herederos6 quisieron que su ciudad tuviera parte de su legado7 artístico (la colección recorre ocho décadas de trabajo de Pablo Picasso), que ahora reposa en este elegante edificio, bajo el que se han encontrado restos8 arqueológicos fenicios, romanos, árabes y renacentistas.

HISTORIA DE LA CIUDAD

El teatro romano de Málaga (del siglo I a. C.) fue descubierto en los años cincuenta durante la construcción de un jardín y está situado a los pies de la fortaleza y palacio árabe de la Alcazaba. Esta ciudadela9 defensiva del siglo XI es el lugar perfecto para observar las vistas de la ciudad que ha crecido bajo sus pies y para escuchar el sonido del viento entre sus árboles y plantas aromáticas. En la parte superior de la Alcazaba, una vez traspasada la puerta Siete Arcos, se encuentra el palacio, con sus preciosos patios rectangulares, jardines y estanques10. El rumor de las fuentes y pequeños canales refresca, relaja y describe perfectamente esa pasión por el agua que une a los antiguos habitantes y a los actuales.

VIVIR EN LA CALLE

Los malagueños tienen un espíritu totalmente “callejero”. Como cuenta Mónica: “Nuestro clima nos lleva a vivir la calle, a buscar la calle, a disfrutar la calle. Y vivirla, pero además, todos los días del año, porque el invierno es tan suave aquí que nos lo permite también”. La celebración de la  Semana Santa es un gran ejemplo de esa manera de vivir: “Es una forma de sacar el arte a la calle, la cultura a la calle…, es un forma también de compartir, por supuesto, y de seguir viviendo nuestras tradiciones. Va más allá de lo meramente religioso”.

Con sus impresionantes figuras religiosas, camina el pueblo entero elegantemente vestido, las negras mantillas11 de las mujeres, los cofrades12 cargando sobre sus hombros los tronos (imágenes religiosas)… La música en directo de las bandas que acompañan los tronos retumba por las calles, junto a los pasos de los nazarenos13, cuyas velas van desprendiendo14 cera que se queda sobre las aceras y resuena al pisarla. Al aroma de las velas se une el de los naranjos en flor. La Semana Santa malagueña es un espectáculo para los sentidos y está declarada de Interés Turístico Internacional.

Otro aroma característico de Málaga es el de los jazmines en verano. Los malagueños lucen15 orgullosos sus biznagas16, formadas por un ramillete17 de jazmines colocados alrededor de un tallo18 seco. El biznaguero (el vendedor típico de estas flores) recoge los jazmines cerrados y los introduce en el tallo. Las flores se abren durante la noche e impregnan19 de olor la biznaga. Se ha convertido en un símbolo de la ciudad, de hecho, la Biznaga de Oro es el principal galardón20 en el Festival de Cine Español de Málaga.

LA ÚNICA CALLE RECTA: LA CALLE LARIOS

Cuentan en Málaga que su única calle recta es la calle del Marqués de Larios. Todas las demás serpentean21. Peatonal22, repleta de edificios señoriales23 del siglo XIX con curiosas esquinas redondeadas, protagonizó la rehabilitación del centro histórico de la ciudad. Por ella se pasean sus habitantes, relucen24 los escaparates25 de las tiendas, hacen parte de su recorrido los tronos y desfilan26 los actores que acuden cada año al Festival de Cine de Málaga. Allí las cafeterías de toda la vida27 ofrecen un desayuno malagueño “como Dios manda28, con churros29 calentitos acompañados de un chocolate espeso o un buen café, que, por cierto, hay que saber pedir. Cuentan que en los años cincuenta el café era un producto caro y difícil de conseguir. El dueño del Café Central, don José, ideó una solución para no desperdiciarlo30. Creó diez formas diferentes de servir café, ajustadas a los deseos de cada cliente: “solo”, “largo”, “semilargo”, “solo corto”, “mitad”, “entrecorto”, “corto”, “sombra”, “nube” y “no me lo ponga”. Si alguien pide este último, le servirán un vaso vacío, una muestra del sentido del humor de los malagueños.

El sentido del humor también está presente en el modo en el que llaman a su preciosa catedral de estilo renacentista barroco. La catedral de Málaga fue construida sobre la antigua mezquita31 y por falta de presupuesto32, después de varios siglos, la torre sur se quedó a medio construir. Por eso, en Málaga la conocen con orgullo y respeto como la Manquita33. En su interior puede verse un impresionante coro34 de 42 figuras, del artista Pedro de Mena, talladas35 en madera y escoltadas36 por dos gigantescos órganos de más de 4000 tubos.

Málaga es una ciudad que tiene mil y una historias que contar. Al igual que le ocurrió a Scherezade en Las mil y una noches, no hay tiempo ni espacio para narrar37 todas ellas en un solo relato. Estas breves pinceladas38 de Málaga pretenden seducir al viajero para que comience su propio descubrimiento, paseando por el Palmeral de las Sorpresas, descubriendo la Farola (símbolo de la ciudad) subiendo al castillo de Gibralfaro, “enloqueciendo” por amor al arte con sus 36 museos y empapándose39 de una ciudad que huele y sabe a mar.

 

*Reportaje publicado en la revista ELE Punto y Coma

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